“Cuando te empiezan a llegar los saludos de los privados de libertad entendés qué fue de tu 2019”, twittea Ana Sicilia a horas de la Navidad. El mensaje encierra exactamente eso que proyecta: combina con naturalidad su trabajo como modelo, periodista en El Destape y panelista de Intratables con una suerte de emprendimiento quijotesco, dos talleres literarios y cinco bibliotecas ambulantes en cárceles bonaerenses.
Cree que, a nivel inconsciente, el proyecto nació como una respuesta a su propia biografía, al rol que jugaron los libros durante su infancia y al recorrido personal que le permitió nacer en una casa sin biblioteca y, aun así, convertirse en universitaria. “En cuanto a la dimensión física es muy pequeño todo, pero en lo simbólico es enorme”, cuenta sobre su iniciativa en la Unidad 9 de La Plata y en la 43 de González Catán, que en estos últimos años “cayeron en la desidia absoluta”.
—¿Cómo te gustaría que crezca el proyecto?
—Deseo profundamente que se vuelva federal, que los pabellones de todas las cárceles del país tengan una biblioteca. En lo formal, todas tienen bibliotecas, pero detenidas en el tiempo, no funcionan. Los internos están engomados en el pabellón casi todo el día, no pueden salir ni transitar por otros sectores de la unidad penitenciaria. Además, en general, funcionan en el área del colegio, lejos de los pabellones. Entonces, es casi imposible que un privado de su libertad tenga acceso a la biblioteca de la cárcel. Me parece piola que bajemos los libros a los pabellones y los dejamos entre la faca y la pared, entre la faca y la biblioteca... en algún momento van a elegir un libro si lo tienen en el rancho.
—¿Qué implica un libro en una cárcel? ¿Qué prejuicios tenías cuando empezaste?
—Un libro es una vía de escape fascinante, una gran herramienta para soñar, para caminar en pos de una utopía. Tenes que animarte y tener agallas para enfrentarte a esa herramienta que tiene connotación directa con la libertad. Y cuando tienen tanta libertad, por lo general, no saben qué hacer, no saben por dónde empezar...Es interesante acompañar a alguien en sus primeras lecturas, un gran desafío porque hay que poner mucha entrega y amor para que no falle. Si hubiese tenido prejuicios, no hubiera pisado la cárcel. Siempre fue de igual a igual el trato, no lo imagino de otra manera. No me importa si nunca leyeron un libro o si ya tienen un recorrido literario, la idea siempre es la misma: mantener encendida la llama de la lectura y que el que se anime, enfrente y disfrute esa libertad, que trascienda.
—¿Cómo armás las bibliotecas?
—No lo pienso mucho y este año se me fue todo de las manos. La primera que armé fue en la Unidad 9 para mis alumnos de "El Ágora", el taller de escritura que doy hace dos años; necesitaban una buena biblioteca con un caudal de libros que permitiera mejorar la escritura y volar la imaginación. En octubre de 2017, escribí un tweet pidiendo donaciones de libros: un antes y un después en mi vida. Esa primera biblioteca tiene hoy más de 300 ejemplares, donados por personas que leyeron el pedidos en las redes. Después armé dos bibliotecas de otros 300 libros en el penal de González Catán, una en el pabellón 4B donde doy el taller de lectoescritura y otra en el pabellón 2A de máxima seguridad. Hace poco fui con un remis hasta la cárcel de Campana. La logística fue divertida: el encargado de mi edificio me ayudó a bajar los libros del ascensor y el remisero los atajó para guardarlos en el baúl. ¡Fue la única vez que tuve tanta ayuda! En el pabellón 7 de la unidad 41 de Campaña armé esta quinta biblioteca, la segunda que lleva mi nombre, la otra es la del pabellón de máxima seguridad. Es fuerte para mí, aunque parezca una pavada, me emociona muchísimo.
Con el tiempo me puse más exigente cuando me quieren hacer una donación porque a veces sólo quieren sacarse los libros de encima y me dan algunos que nadie leería... Entonces, ¿por qué para un preso? Caridad, no. Solidaridad. En cuanto a la burocracia penitenciaria, me impresiona un poco que los libros queden un rato en requisa, pero bueno, se entiende, es parte del todo. Descargo todos los libros en el penal pero los internos se encargan de ordenar y armar la biblioteca. Acomodan los ejemplares, los numeran, les ponen ficha; arman un fichero y anotan todo en un cuaderno a modo inventario. Se las ingenian con lo poco que tienen para resolver. Eso me sorprende y me encanta.
—¿Cuál fue el libro que más impactó?
—No pienso en un libro exitoso, pero sí tengo anécdotas con autores. Una vez leímos a Borges entre todos y en voz alta. Fue un ejercicio hermoso. Nosotres, nacidos en la periferia, tratando de entenderlo a Jorge desde un aula en una cárcel... Una escena épica. La clase siguiente, pedí que pusieran sobre la mesa el mismo libro, “Antología poética”, y no aparecía por ningún lado. Uno de los pibes, Alexis, me contó que se lo había llevado a su rancho para leerlo y que ya iba por la mitad. “Es difícil, eh”, me dijo. “Pero no imposible”, pensé en voz alta.
—Al igual que en las cárceles, en el mundo de la televisión y el modelaje, los libros no parecieran ser parte de la escenografía. ¿Cómo impactan?
—Los libros me acompañaron en cada una de esas escenografías, quizás estuve un poco más vaga los años que hice televisión, me consumía estar metida en el estudio y me quedaba poco margen para la lectura. Por otro lado, tengo la imagen de un backstage en un desfile en Pinamar: yo estaba entre los percheros leyendo el “Manifiesto comunista” mientras esperábamos a Wanda y Zaira Nara... Me divierte poder transitar distintas escenografías con un libro en la mano. Y, cuando ingreso a la cárcel, pensar que algún alma se puede rescatar de la gilada por sólo leer un libro y descubrir algo que sea su trampolín de vida...ahí me desbordo en utopía. Pero nunca se sabe. Si existe un César González, un ex privado de su libertad conocido por el seudónimo Camilo Blajakis, escritor y cineasta... pueden existir muchos más.
—¿Cómo definirías tu biblioteca?
—A nivel inconsciente todo empezó ahí. Cuando era chica no había biblioteca en mi casa, tampoco dinero para comprar libros; menos una computadora. Me iba en bici a estudiar desde Burzaco a la biblioteca popular de Adrogué. Muchas tardes las pasaba ahí: para evitar gastar en fotocopias me quedaba haciendo la tarea, a veces estaban por cerrar y si no había terminado de copiar todo me agarraba entre adrenalina y bronca. Otras veces, le mangueaba libros o manuales de estudio a mis vecinos. Un día pude hacerme socia de la biblioteca y empecé a traerme los libros a casa. La primera biblioteca que tuve fue gracias a mi vecina que había sacado a la calle toda una gran colección de Salvat. Los agarré, los metí en mi casa y cuando pude comprar una biblioteca para colocar cada uno de esos libros fui un poco más feliz. Lo que parecía imposible, había de serlo. Creo que esa carencia me hizo medio fana del libro, como objeto de deseo, fetiche. A veces no puedo creerlo, por momentos tengo el auto estallado de cajas de libros y mi departamento también. Tarda en llegar pero al final hay recompensa.